sábado, 14 de abril de 2018

QUEVEDO QUIERE COBRAR SUS HONORARIOS EN ISLANDIA



Francisco de Quevedo.Imagen realizada por  Fernando Barrial.


QUEVEDO QUIERE COBRAR SUS HONORARIOS   
            

Carlos Yusti


                El quehacer intelectual al parecer siempre ha sido un trabajo de jornalero sin jornada, de negro en las plantaciones de la escritura como escribió Lichtenberg. En fin que es un oficio absurdo, como el realizado por Sisífo, y para redondearlo todo, mal remunerado. Que el escritor pase por caja para cobrar por sus escritos tiene sus pro y sus contras.




                Esto del escritor pesetero ( o tarifado) me hunde en una angustia vital como esa especie de desosiego que infecto a Rimbaud y lo precipitó a dejar su escritura y se largó hasta a la Abisinia para comerciar armas y  hacer otros negocios menos transparentes que la poesía.  O sea, todo muy posado y  literaturesco. Sin embargo salgo de este remolino de mal rollo y asumo que muchos escritores de ocasión piensan que si alguna revista literaria, o algún diario, paga sus escritos se esta respetando su faena intelectual. En un mundo donde todo se compra y donde todo se vende no creo que tener precio sea sinónimo de respeto.

                Las argumentaciones sobre el cobro del trabajo literario resulta más bien anacrónica, por no decir irrisoria y posmo. Al parecer muchos escritores confunden su oficio con el oficio más antiguo o con el de los abogados, quienes por escribir dos cuartillas de documentos, redactados en una jerga incomprensible, te cobran sin mucha metáfora un buen dinero. Es lamentable que a un poeta le digan a como tiene el kilo de poesía, que a un escritor le pregunten cuanto cuesta por metros cuadrado lo que escribe.

                Los escritores novicios suelen pecar, en muchas oportunidades, de excesiva inmodestia y cierto pederasta narcisismo. Ingenuamente creen que esa poesía de bar barato sin estrellas y esa prosa municipal espesa en cursilerías, que escriben es lo plus ultra de la prosa nacional; sin mencionar el hecho que por haber ganado  premios literarios, en concursos de tercera, se tengan por un seres superiores,  especie de Dioses, con resaca, de todos los días; que miran por encima del hombro a todo aquel con proterva inclinación hacia la escritura.


Henry Miller

                La historia de los escritores que la han hecho de factótum, para subsistir, es bastante extensa. T. S Eliot era un morigerado empleado bancario, con corbatas fúnebres, pero que escribía una poesía de meditación profunda alejada de los números. Henry Miller hizo de camarero, boxeador, cuidador de retretes, etc., para malcomer y convencido que carecía de talento para la literatura agarró ejemplares de su primer  libro publicado "Trópico de Cáncer" y los envió al azar por correo. Gabriel García Márquez cuando comenzó su carrera de escritor era a lo sumo un gacetillero a destajo. Fungía como redactor jefe de una revista amarillista llena de crímenes y prosa descosida con un sin fin de noticias vulgares y sangrientas. Stendhal comenzó de escritor haciéndola de plagiario inteligente y luego cuando escribió sus propios  libros muchos de sus contemporáneos  los ignoraron por completo. La frase de Stendhal a este respecto es célebre: "Dentro de cien años mis libros serán leídos y lo que es peor todavía, serán comprendidos". Honorato de Balzac era una bestia de la escritura y aunque sus libros se vendían bien jamás pudo vivir con holgura, aparte que era dandy botarate, y sobrevivía a expensa de sus amantes entradas en años y títulos nobiliarios. Jorge Luis Borges estuvo trabajando por muchos años como apolillado y enneblinado bibliotecario en Buenos Aires, luego hubo un cambio gubernamental y el nuevo gobierno lo nombró inspector plenipotenciario de aves y conejos para la municipalidad. Al pobre Borges no le quedó otra salida que escribir su carta de renuncia, agradeciéndoles, por supuesto, la gentileza por el cargo designado. Este singular episodio de Borges fue recopilado en una historieta con guión y dibujos ilustrador, e historietista Lucas Nine. En ella Borges está trajeado al estilo de los detectives del cine policial negro de los años 40 (sobretodo y sombrero), llevando a cabo su trabajo de inspector en un ámbito de aves de corral y gallineros diversos, en una Buenos Aires de la época, a la par realiza divagaciones sobre literatura y se encuentra, de manera fortuita, con otros escritores como Adolfo Bioy Casares, Oliverio Girondo o Witold Gombrowicz. Otro escritor que tuvo trabajos pocos dignos fue Camilo José Cela quien estuvo de empleado de Franco. Trabajó algún tiempo, para comer según sus propias palabras, en el comité de censura. Su trabajo consistía en estampar sellos de aprobación o rechazo a  publicaciones y revistas. Andrés  Malraux   fue   ministro   de cultura en Francia durante el gobierno de Charles de Gaulle. Quevedo, que fue un maromero del trabajo otro, para mitigar los ayunos, escribió con exacta claridad: "El que escribe para comer, ni come ni escribe".

                En nuestro contexto hay infinidad de casos, sin embargo el más singular de todos quizá sea el protagonizado por Rafael Bolívar Coronado, autor de la letra del Alma Llanera y de quien Rafael Castellanos escribió una documentada biografía.


Rafael Bolívar Coronado

                Bolívar Coronado vivió, caso caprichoso, de escritor a tiempo completo. Asumió la literatura como una forma de vida y contra todos los obstáculos.  Comprendió sin amargura que era un don nadie de las letras y por esa razón recurrió a los nombres de escritores consagrados para firmar sus    libros   y   escritos. Sin   empacho  estampó  en  sus escrito los nombres de Codazzi, Ramón Mendoza, Rufino Blanco Fombona, Uslar Pietri, Santos Chocano, Diaz Mirón. También se hizo pasar por copista y vendió unos falsos libros escritos supuestamente durante la Colonia y procedentes de la Biblioteca Hispánica en Madrid. Muchos camelos de esta índole pergeño con gran  virtuosismo Coronado. El   mejor   cuento  de  Uslar Pietri,  que  jamás  este  escribió,  es de Coronado. De esta manera engañosa este escritor y poeta, como el mismo lo escribió, "pudo sacarle las telarañas a las muelas". O sea usurpó con deliberada alevosía el nombre de otros escritores y realizó un sin fin de trapacerías (o chanchullos) para ser escritor. La inmortalidad y toda esas vanas fruslerías de estatuas y academias a Coronado le importaban un bledo ante el hambre real, que le azotaba en las entrañas. Pudo haber destacado en cualquier cargo público debido a su ingenio de pícaro y a su inteligencia de buscavidas, pero se decidió por la escritura a manera de redención. Si uno ha de vivir de las letras que sea al estilo de Coronado, al puro y claro estilo del malandreo   tipográfico  y  la irreverencia sin matices por las bellas letras y sus amuermados escritores consagrados. Su frase es proverbial: “Hizo todo esto para sacarle la teleraña a las muelas”. Coronado infunde una fe fanática al vivir de escritor las veinticuatro horas del día y eso no tiene tarifa.

                 Nuestros jóvenes escritores, con dos o tres libros publicados, ya se venden como autores en la cúspide, se promocionan escritores impertinentes y apenas llegan a chevalier servant de las letras y los maestros literarios del día. 




                En las universidades se gradúan a diario miles y miles de licenciados en letras que  por lo demás no vivirán de su trabajo literario, apenas la harán de profesores de castellano, o en el peor de los casos de covachuelista lamepies de los políticos de turno, corrigiéndole las faltas ortográficas y  políticas.

                Para vivir EN escritor la única regla es escribir mucho, a todo momento y en todas partes, hasta los baños públicos son buena hoja, pero para vivir DE escritor hay que escribir poco y hacer relaciones públicas. Escribir para alabar las bolserías escritas por las diferentes mafias de literatos que pululan en el país y luego enchufarse en los brindis de la Asociación de Escritores y en los premios, lo demás es comprase un lápiz y una libreta para luego, como basto pulpero, sacar las cuentas.

                En lo particular jamás me hubiese imaginado a Quevedo escribiendo plañideras súplicas para que le pagaran sus honorarios. De allí que los ruegos de esos escritores segundones, en plan de polémicos,  exigiendo que les paguen lo que sea,  por su trabajo, creyéndose  por ello sublimes sin notar que hacen el ridículo, me resulten lamentables. Ya lo decía mi querido Umbral, sólo se tiene un prosa singular cuando se es un hombre singular, estos que quieren sus honorarios por servicios prestados son del montón y lo que uno busca cuando escribe es marcar pauta, salir del recuadro y magializar la vida a través de una escritura espuria y aleatoria. Cobrar es fácil, lo difícil es escribir como Quevedo.

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Los dos libreros de Bókin, esta semana, en su mítico establecimiento de Reikiavik, donde el desorden es sólo aparente (Kim Manresa)


CON SÓLO 320.000 HABITANTES

Islandia, la isla de los escritores subvencionados.

Es el país con mejores índices de lectura del mundo, y cuenta con un original sistema de sueldos públicos a sus escritores

XAVI AYÉN, Reikiavik, KIM MANRESA

26/02/2017 01:35 | Actualizado a 26/02/2017 17:38
“Todo el mundo tiene un libro en su estómago”, dicen los islandeses. Y, desde luego, ellos lo tienen: son el país con más escritores del mundo, con más libros publicados y más libros leídos (en las medias por habitante). En este país, el de las sagas medievales, la literatura no es cualquier cosa. Aquí los escritores reciben un sueldo del Estado para que escriban tranquilamente. Y se calcula que una de cada diez personas publicará algo a lo largo de su vida. El 93% de la población lee al menos un libro al año, y más de la mitad compra al menos ocho títulos, lo que hace que las ventas proporcionales –sobre todo, las de novela negra– sean mucho más altas que las de sus vecinos escandinavos.


Hallgrímur Helgason

Si bien, como apunta el pintor y novelista Hallgrímur Helgason (Reikiavik, 1959) –autor de 101 Reikiavik (RBA) y La mujer a mil grados (Lumen/62)– “tenemos muchas horas de oscuridad –en enero algunas zonas cuentan con solo tres horas de sol–, afuera hace mucho frío y algo hay que hacer” , existen muchas causas que explican el papel central de la lectura en la cultura islandesa.


Audur Ava Ólafsdóttir en la terraza del Café Haití de Reikiavik, junto a un ejemplar de su última novela, 'Cicatriz', aún inédita en España.

Jón Kalman Stefánsson (Reikiavik, 1963) está a punto de publicar El corazón del hombre (Salamandra), novela que cierra su llamada Trilogía del muchacho, protagonizada por un personaje innominado, “el muchacho”, que se deslumbra ante las bibliotecas llenas de libros de las casas de los ricos “e identifica no solo la sabiduría, sino la riqueza, con la presencia de libros”. Jón Kalman (en Islandia no hay apellidos, sino patronímicos, es decir, Stefánsson solo nos dice cómo se llamaba su padre) apunta, asimismo, que “vive en nosotros, desde tiempos remotos, la creencia en el poder de la palabra. Hoy vivimos inundados de palabras y, de entre todo ese alud, debemos esforzarnos por distinguir aquellas que realmente dicen algo. Estamos convencidos de que, sin la palabra, no existiría siquiera la vida. En el Génesis, Dios tuvo que usar palabras para que se hiciera la luz. Puedes pasar de ser feliz a infeliz solo por palabras. Aquellos que escriben deben tener fe en el poder antiguo de las palabras, sobreponerse a las dudas que a todos nos atraviesan a veces”.


Jón Kalman Stefánsson

En estos momentos, unos 70 escritores islandeses están cobrando un sueldo, por un período que puede ser de tres, seis, nueve meses o un año y en algunos casos excepcionales alargarse hasta los dos años. De esos 70, solamente quince lo cobran durante un año o más. Cuando las ayudas empezaron, a mediados de los años setenta, se equipararon al salario de un profesor universitario, pero ahora equivalen al de un camarero, según los estándares del país: son 3.230 euros brutos, que se quedan –tras el pago de los elevados impuestos– en unos 2.400 euros netos. Sus perceptores no son estudiantes o aprendices, sino escritores profesionales “que suman a este dinero los ingresos por sus derechos de autor”, aclara Ragnheidur Tryggvadottir, secretaria de la Asociación de Escritores, que añade: “Es la base que permite su profesionalización”. Prácticamente todos los escritores del país –salvo el superventas internacional Arnaldur Indriðason, que ha vendido millones de ejemplares de sus traducciones– lo han disfrutado en alguna ocasión.


Gudmunda María Sigurdardóttir y Sylvia Lind Porvaldsdóttir, dos amigas islandesas, leyendo en una librería Eymundsson para leer y trabajar por las mañanas (Kim Manresa)


La explicación es que es imposible subsistir viviendo solo de las ventas de tus libros en un país de 320.000 habitantes. Arnaldur, el número 1, es el único que alcanza los 20.000 ejemplares vendidos. Los autores cobran, en todo el mundo, un 10% del precio de cada libro. Aquí, un título de gran éxito es el que llega a las 3.000 copias –el equivalente a 460.000 en España–. Si el libro cuesta, pongamos, 20 euros, el autor solamente ingresaría 6.000 euros –menos los elevados impuestos– por el trabajo de varios años. “Se hace imprescindible la ayuda estatal”, opina Guðrún Vilmundardóttir, la editora de Jón Kalman y Auður Ava Olafsdóttir en Benedikt, uno de los nuevos sellos que han nacido últimamente, en este caso como una escisión de Bjartur-Veröld, la segunda editorial del país. “Sin ayudas, solo podrían vivir dos autores, a lo sumo tres”, aclara a su vez Úa Matthíasdóttir, directora literaria de Forlagið, la primera editorial en tamaño, para quien “la identidad islandesa está muy ligada a la literatura y la lengua y, si queremos conservarla, hemos de producir libros islandeses interesantes”. “¡Necesitamos poetas, ensayistas, narradores!”, clama Ragnheidur.

La secretaria de la Asociación de Escritores puntualiza que “muchas de las peticiones, la mayoría, son rechazadas”. El comité que decide a quién se destinan los fondos está formado por tres académicos de la universidad, que a su vez escogen a otras tres personas. “Antes había miembros de la asociación directamente, pero hubo críticas porque en ocasiones miembros de la junta solicitaban las ayudas para sí mismos, y hace un año cambiamos el sistema. No se hacen público los nombres del jurado hasta que no han emitido su veredicto”. En su solicitud, cada escritor debe explicar razonadamente el proyecto en el que está trabajando, el tiempo que necesita para finalizarlo y otros detalles. Es un sistema radicalmente diferente al fenecido suport genèric que hubo en su día en Catalunya, que consistía en que el Govern compraba ejemplares de los libros publicados en catalán, lo que no distinguía entre buenos y malos proyectos.


Ragnheidur Tryggvadottir, secretaria de la Asociación de Escritores Islandeses, en la sede de la institución, que participa en la concesión de ayudas a los creadores (Kim Manresa)

Al principio, existía un consenso social sobre la necesidad de subvencionar a los escritores. Sin embargo, la crisis económica del 2008 hizo que cerraran muchas editoriales y que brotaran algunas críticas –“sobre todo en la prensa sensacionalista”, apunta Guðrún– y “algunas personas se preguntaron en público por qué los escritores debían cobrar un sueldo, es un tema fácilmente manipulable, se dice que hay problemas con las residencias de ancianos y que el dinero va a los escritores, pero es falso porque son cantidades muy distintas”, explica Úa. Incluso hubo algún escritor, como el guionista Stefán Máni, que se opuso públicamente al mecanismo. Las encuestas más recientes señalan que un 54% de los islandeses todavía apoya este sistema único en el mundo, aunque los que se oponen superan el 40%. Por partidos, solo los votantes del derechista Partido de la Independencia y los liberales del Partido Progresista preferirían acabar con estas subvenciones –aunque la cúpula del primero, hoy en el gobierno, no está por la labor– mientras que en los otros cuatro partidos del parlamento –socialdemócratas, verdes, Futuro Luminoso y Partido Pirata– hay una amplísima mayoría a favor del sueldo por escribir. Helgason, de hecho, tilda de “thatcheristas” a los que critican estos salarios temporales. Y los editores extranjeros se preguntan: ¿sería posible un sistema similar en un país más grande? (por ejemplo, en Catalunya).


Halldór Laxness

La riqueza de la literatura que viene de Islandia es difícilmente cuestionable. Junto a autores de novela negra comercial –como Arnaldur o Yrsa Sigurðardóttir– encontramos, entre los traducidos al español y catalán, la revisión entre lírica y épica de los relatos de marineros que realiza Jón Kalman, una suerte de realismo mágico isleño; o los personajes rabiosamente contemporáneos de Auður Ava –hombres sensibles, nuevas familias, mujeres que encaran naufragios sentimentales– ; las singulares visiones histórico-vanguardistas de Sjón –también letrista de Björk–; o a todo un clásico en vida como Guðbergur Bergsson (Grindavík, 1932) , que obtuvo en el 2004 el premio escandinavo de la Academia Sueca, considerado el pequeño Nobel. En su piso frente al impresionante y gélido mar de la capital, el siempre punzante Guðbergur nos dice que la literatura islandesa actual “no me interesa en especial, no son escritores muy originales, es como un remake de autores que ya existieron, los hay que siguen en el siglo XIX con la dura vida de los pescadores”. Bergsson recuerda la década de los ochenta en España, donde vivía junto a su pareja, el editor Jaime Salinas, y dice que “también el gobierno español había tenido ayudas a la creación, es algo normal. Esto empezó en Escandinavia para que los escritores vivieran decentemente. En el siglo XIX, el mismo Hans Christian Andersen recibió una subvención del rey que le permitió iniciar sus viajes por Europa”.


Auður Ava Ólafsdóttir (Reikiavic, 1958), autora de éxito internacional con obras como Rosa candida, La mujer es una isla o Excepción (todas en Alfaguara) también se beneficia de las ayudas. “En mi caso, trabajaba como profesora en la universidad, y lo he dejado después de veinte años para lanzarme al vacío, para ser escritora a tiempo completo. Es una ayuda que sirve para que la gente se atreva a tomar esos pasos. Nuestro mercado es muy pequeño. La sociedad recibe luego diez veces más de lo que ha dado”. Un estudio del profesor Ágúst Einarsson, de la universidad de Bifröst, estima que la industria editorial supone el 1,5% de la economía nacional, según datos del 2014. En cualquier caso, desde que el país se independizó de Dinamarca en 1944, la lengua islandesa –frente a la danesa y el inglés, que hoy todos hablan– es el eje de la identidad nacional, y el premio Nobel a Halldór Laxness en 1955 disparó la autoestima literaria del joven Estado.


Úa-Hólmfríður Matthíasdóttir, directora literaria de Forlagid, lap rincipal editorial del país, en la sede de su empresa en el centro de Reikiavik

Algunos estudios apuntan la posibilidad de que el islandés acabe extinguiéndose. Contra esa posibilidad se erigen también las subvenciones. La editora Úa revela que “muchos niños islandeses están leyendo en inglés porque, por ejemplo, no pueden esperar a que se traduzca el nuevo Harry Potter. Nuestra obligación es que con los libros no acabe sucediendo como con los videojuegos”.


Gunnar Gunnarsson

La sede de la asociación de escritores en Reikiavik es la antigua casa del escritor Gunnar Gunnarsson, fallecido en 1975. Allí, encima del sótano donde se alojan escritores de otros países –que vienen becados a escribir libros sobre Islandia Ragnheidur detalla la historia“del apoyo a los escritores: “En los años 70, el parlamento aprobó una ley sobre subvenciones. Durante muchos años hubo fuertes presiones de otros artistas para poder tener también salarios y, finalmente, en 1992, se aprobó la ley todavía vigente, que extiende esos sueldos a otras categorías de creadores. Originalmente eran tres: escritores, artistas plásticos y compositores. Más tarde se le añadieron fotógrafos, músicos y diseñadores, y esas son las seis categorías actuales. Las condiciones varían en cada caso: para los escritores tenemos un total de 555 mensualidades, a distribuir entre todos ellos, en períodos que van de los tres meses a los dos años”. ¿Se exige a los escritores subvencionados que presenten luego el libro que hayan escrito? “No. No se les paga por un libro, sino para que trabajen, al finalizar deben presentar una declaración detallada donde explican lo que han estado haciendo y, si no la presentan, no pueden solicitar jamás un nuevo salario”.

Puede que sea verdad eso que dicen los islandeses, y que todos tengamos un libro en el estómago. Aunque, a veces, haya que ayudarle a salir.


Tomado de La Vanguardia


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Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto.

Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones  El correo del Caroní en Guayana y  el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal


 Tomado de Letralia




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