jueves, 15 de junio de 2017

Recuerdos de María Elena Walsh

 

 
María Elena Walsh. 1947. fotografìa de Grete Stern.

Estimados Liponautas

Hoy le hacemos llegar esta nota sobre  María Elena Walsh, una artista integral argentina que es poco conocida para gran parte del público venezolano.

Deseamos disfruten de la entrada.

 

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Tomado de Ñ

Planeaba festejar sus 81 años, el 1° de febrero. Leopoldo Brizuela, uno de sus más entrañables amigos, celebra aquí su memoria con algunos fragmentos del diario que la tiene como protagonista.

Leopoldo Brizuela

19 de diciembre de 2007.


María Elena Walsh. Tras varios años de no vernos. Aparece, viejita, ¡más petisa que yo!, en el living de su casa, con andador y un tardío y apropiadísimo aire de elfo. Le doy un beso y un abrazo largo. Ella ríe, emocionada. 

“No es que ponga distancia entre los dos”, bromea, mirándose las manos aferradas al andador, “pero…” Pasamos a unos sillones, y enseguida empiezo a sacar libros que le traje de regalo, en inglés todos –salvo una antología de poemas de Sophia de Melo Breyner. Se emociona mucho con los Cuentos completos de Evelyn Waugh. “¡Otro beso, Brizuelita!”, ordena. 

Evelyn Waugh

“Este es L.B.”, le explica a Ida, su asistente. “En una época fue como un ahijado mío, después…”. “¿Después…?” María Elena pone voz de tango, “después ya no, después ya no…” Los años le han puesto unos mofletes enormes, como a Carson Mc Cullers –a quien se parece muchísmo, también, en los grandes ojos melancólicos y acuáticos– y está un poco sorda, lo que me obliga a alzar la voz. Y aunque no se queja una sola vez, cada tanto un gesto mínimo hace sentir su dolor físico como presencia invisible, permanente, desoladora. Después llega Sara. De chico, yo maldecía las entradas de Sara, que volvía de su estudio, porque significaban que, después de un rato, tenía que irme; y sin embargo ha sido de Sara la idea de llamarme ahora. 

 
Carson Mc Cullers


“Absolutamente”, dice María Elena, bromeando. “¡Yo ya no recibo…” Sara, que no para de inventar cosas para hacerla feliz, va a traer “un whiskicito”. “¡Cómo nos perdimos!”, se asombra María Elena, “¿cómo pudimos perdernos?”, y sé que miente un poco. Porque estaba bien que nos perdiéramos para reencontrarnos así. 




*** Dedicatorias . En Otoño imperdonable , 1978: “Para L, pichón de poeta, ¡que vuele alto!”. En Hecho a mano , 1979: “Para L, con la nueva amistad de quien lo va a querer mucho”. En Chansons á regarder , 1980, sobre el largo gusanito que dibujó Mordillo para esta edición francesa y que arrastra un juglar en la punta de la cola: “ Pour lénfant Léopold, et tous ses sortiléges .” *** Sábado 29 de febrero de 2008 . Llego antes a Buenos Aires y compro flores en el puesto de la esquina. Sara me abre la puerta, recibe el ramo y se lo hace oler a María Elena tan pronto ésta llega del cuarto. Tomada por asalto, cierra los ojos, inhala y suspira, sin quitar los manos del andador: “ah, el verano con jazmines. El añorado mundo de afuera...” Pasamos a unos sillones. Está un poco distraída, pensativa o triste, no sé. “¿Qué le debemos a Brizuelita, mi vida?” Sara le recuerda que iban a darme a leer ciertos originales suyos y María Elena, vaga, irónicamente, dice que claro, que cómo olvidarlo… Me los dan: son los manuscritos de sus obras de teatro y de una novela autobiográfica inédita, sobre la que les gustaría la opinión de un narrador, “porque o está inconclusa, o no termino de encontrarle una estructura”. 


Con Sara hablamos de Grete Stern, a quien yo admiro mucho, de Annemarie Heinrich (a las dos las conocí por ellas en los años 80); y por fin de Willie Schavelzon, de quien MEW será una nueva representada. 

“Bueno, si me perdonan, me voy a retirar”, dice María Elena. “¿Sí?” “Es que no me siento bien”.

Se va, pero Sara me guiña un ojo y me pregunta si quiero “un whiskicito”, y al rato, claro, vuelve a escucharse el andador. “Iba a acostarme cuando vi a mi gatita Glinka que me miraba desde la cómoda: ‘¿qué hacés?’, me decía. ‘¿Te vas a dormir habiendo amigos en la casa? ¿Pero qué hacés?’” *** Cuando María Elena vuelve a irse, contenta (“Brizuelita, tenés que venir más seguido y más cortito.

María Elena Walsh en 1971. Fotografía de 1971.Autor: "Pepe" Fernandez


¡Promise! )” Sara me muestra la maqueta del libro Autobiografía de Glinka , que piensan armar entre las dos, y del que tienen ya pensado un capítulo: “Mis bigotes”.


Después, otras dos fotos que lo explican todo: en una, María Elena aparece con la mejilla en la almohada, vuelta sobre sí, con la gatita recién llegada vigilante a su lado. “Fue cuando se accidentó, hace dos años”, me dice Sara. 

En la otra foto, sólo tres meses más tarde, María Elena se ríe, mirando a la cámara y señalando la gata que juega en su falda. “El médico de María Elena quería llevar las fotos y lucirlas ante un congreso.” *** Postales de 1980 . En el reverso de una tarjeta comprada en Bolivia: “24 de diciembre… como horrible regalo de Año Nuevo te aconsejo: elegir bien a quién copiar, y para eso te dejo esta lista de Maestros: Carson McCullers, Juan Rulfo, Joseph Conrad, Henry James, Doris Lessing, Flannery O’Connor. De nada”. En el reverso de una postal con la inscripción “I HATE YOU”. Buenos Aires, 24 de diciembre. Querido L, no hagas caso de lo que dice la tarjeta, es para drenar agresividad, y como te imaginarás, no se la puedo mandar a [el general Roberto] Viola. Que tengas un gran año, lleno de felicidad, inspiración, amor y tentación de risa. A mí me deseo verte a menudo y disfrutar de tu amistad.” *** 12 de enero de 2008 . “¿Por qué se llama Glinka?”, le pregunto, mientras tomamos té y la gata siamesa (“¡birmana!”, acota Sara, “¡no siamesa, che!”) hace su primera y tímida aproximación al extraño, sorteando elegantemente mis pies.


–Su nombre debía tener algo de “ink” –dice María Elena, con misteriosa suficiencia.

–¿Algo de pink? –Y algo de mink.

–Y algo de blink.

–¡Y algo de Incalaperra! María Elena, ríe, y vuelve a ausentarse. A menos que le pregunten, no se incorpora al diálogo. Suele irrumpir en la conversación como si no la entendiera, segura del efecto que así logran sus impromptus. “Decime Brizuelita”, imita a X, “¿vos cómo te posicionás ante el mercado…?” O recita, a propósito de no importa qué, “Lo fatal”, de Rubén Darío, o me recuerda adolescente y me carga recitando “a la manera de Pedro Miguel Obligado: ‘¡Treinta años! ¿Quién diría /que tuviese al cabo de ellos,/si no blancos mis cabellos /el alma apagada y fría?’” Pero hoy flota en el aire el resabio del juego y María Elena me dice un octosílabo que acaba de inventar: “Don Carmelo Pelletieri…” (Y es el mismo gesto de su padre, interrumpiendo las peleas de la sobremesa familiar para decir una nursery rhyme que los hijos se entretenían recreando en castellano y del que salió, muchos años después, la mayor poesía infantil de lengua castellana.) Pero antes de que yo invente nada acerca de Don Carmelo suena el timbre. “Volvió una noche, no la esperaba”, canta María Elena, cambiando la propuesta de juego por un dúo de tango, que la visita de Eva Giberti interrumpe, arrolladora… *** 26 de febrero de 2007 . Primer día de trabajo sobre Canciones para mirar y Doña Disparate y Bambuco . Pero ninguno tiene ganas de trabajar. Charlamos un rato largo, larguísimo, Sara, María Elena y yo, escuchando un disco de Rosita Quiroga, que le traje porque, según María Elena, no hay tango como “Fumando espero”. “…Y mientras fumo, mi vida no consumo…”, tararea MEW, como si nosotros mismos no fuéramos capaces de percibir semejante “excelsitud”. 




“A mí me encanta todo el tango”, suspira Sara. “Mi papá me enseñó a bailarlo. Es que ésa era la música, la nuestra… No había otra opción: o la típica o la jazz. Sólo mucho más tarde, como en el 55, llegó el baión… ¿te acordás María Elenita?” “Teeeeeengo ganas de bailar el nuevo compás….”, canta MEW por toda respuesta. “¡Ah, qué divina esa Tita”, suspira enseguida, cuando Rosita canta “Qué vachaché”. “¿Merello?”, pregunto. “¿La conociste?” “Me extraña, Brizuelita. ¡Compartimos camarines! Nos respetábamos mucho. Y eso se notaba. Una vez”, sigue María Elena, mientras yo abro por fin mis carpetas para empezar a trabajar, “también estuvo Estela, en nuestro camarín.” “¿Qué Estela?” “Raval.” “Y cuando Estela estaba ya por salir al set –era en los Sábados Circulares de Pipo Mancera– Tita, que no se había dignado mirarla, la llama y le dice: ‘Piba –así, con un tono sobrador–. Piba, vení’. Estela obedeció, sorprendida, y Tita le acomodó la boa que la otra se había atado horriblemente, y que entonces le quedó espléndida. ‘Andá ahora. Andá nomás’. Brizuelita: nunca tenías que irte del lugar donde estaba Tita Merello. Tan pronto se fue Estela, Tita me miró y me dijo: ‘Rubia, ¡esta no va a llegar a nada...!’” *** “Apruebo”; dice María Elena someramente, leyendo a ojo de mal cubero mis sugerencias de edición. “Apruebo”. Yo insisto sobre algunas dudas, pero ella cambia de tema todo el tiempo, pregunta desconcertantemente si quiero que me regale una suricata (porque está fascinada con un documental que vio en Animal Planet sobre esos bichitos), y llega un momento en que creo que no le importan nada. O que soy un pesado. O un pésimo editor. O que ha decidido tenerme demasiada confianza.

Pero cuando Sara se va a buscar whisky y los sólitos sandwichitos de sacramento con pavita, María Elena me dice, por lo bajo. “Y después escribimos otro libro, Brizuelita… ¡Si no, nos aburrimos!” Le pregunto qué libro podríamos escribir juntos, si tiene pensado algo. “Un libro de citas”, me dice. “Levantando las frases que hayamos subrayado en todas las novelas leídas en tantos años”. Digo que sí, que claro. 

Y de pronto al volver Sara descerraja este limmerick que la distraía: Una suricata de La Plata ¡Cómo metía la pata! Quería ir a la escuela Con Leopoldito Brizuela Y terminaban haciéndose la rata.

“¿Y mi gatita?”, pregunta, como para no quedarse sola, cuando amago partir. Glinka acude desde el otro lado de la casa pero, nonchalante, elige enmarañarme los cordones de los zapatos. “Ah, tocale la pancita”, me ruega María Elena. “Mirá lo que es esa pancita…” *** De una conversación de 1982 . “Mi querido. Quienes te critiquen por eso serán siempre los boludos. Eso sí; si alguien, por eso, te quiere hacer daño”, agrega al despedirme, “vos ya sabés: acá, mamá.” *** 3 de febrero de 2008 . Cuando empecé a visitarla, hacia 1979, caía por su casa después del colegio, pero no recuerdo que tomáramos el té: es la última excusa para levantarse de la cama y recibir amigos. Hoy comemos con Sara, María Elena y dos viejos amigos suyos: Lilian O’Connel y Carlos Alurralde, el poco de torta que quedó de su cumpleaños número 78, celebrado por fuerza en estricta intimidad.




Lilian, que tendrá dos o tres años menos que MEW y es universitaria y militante –parte de esa generación tan brillante que estaba cerca de Frondizi, me dice Sara, o eso creo entender– habla de la época de la dictadura. Abomina del personaje de Minguito: “que la gente se viera reflejada en él, era la pauta de la pobreza cultural de entonces”. Sara parece dispuesta a protestar. Pero yo prefiero hablar de la infinita riqueza del viejo varieté de principios del siglo XX, de donde salió Niní Marshall; saco un libro que traje para María Elena sobre la historia del teatro de variedades en el Río de la Plata, lo abro al azar y encuentro una foto de Tania, cuando todavía usaba el seudónimo de “Mme. Mexican” y hacía su número entre dos películas de cine mudo. 

“Yo hice ese trabajo”, dice María Elena. “Con Leda, en Bélgica”. Dice que un agente de París les conseguía esas changas. Leda y María subían al escenario entre dos westerns , vestidas de indias sudamericanas, a cantar “El humahuaqueño” con charango y caja. “¡Un frío!”, dice María Elena. “¿En la ciudad de Brujas?”, le pregunto, con la esperanza de cantar esa canción. “No recuerdo”, corta, porque no hay mejor indicio de su aprecio por el pasado que su resistencia terca a endulzarlo, a idealizarlo. 

Entonces –ventajas de su alta edad para ese chico que, en el fondo, vuelvo a ser cada vez que estoy con ella– le pido que me cuente por enésima vez del Crazy Horse, cuando Leda y María esperaban a que terminara un número de strip tease para salir a escena a cantar bagualas; y de aquellos perritos acróbatas, locos de pánico escénico, que salían después de ellas y que las dos debían abrazar en bambalinas para que dejaran de llorar. “¡Y siempre estaban estupendos en su parodia perruna de un matrimonio burgués, llevando un cochecito…” No lo hace, y no sé cómo termina hablando de la temporada del 74 en el Maipo. “¡Unos amargos esos cómicos”, dice. “¡Unas caras de culo!” Carlos y Lilian ríen, pero ella, impávida. “Figurate que un día J.C.C. ganó la lotería. Nos enteramos por la radio, y fuimos con las vedettes y las demás chicas, todas a felicitarlo. ¡Nos lo negó, de miedo a que le pidiéramos plata!” Cuando los Alurralde se despiden y Sara baja a acompañarlos, MEW, como para no desairarme, recuerda de nuevo París. “En una de esas boites en las que actuábamos había una travesti que hacía el número más triste del mundo: bailaba y se sacaba lentamente una pollera, que ocultaba otra pollera, que ocultaba otra, y así… Cuando llegaba la última: apagón… Siempre me pregunto, ¿cómo se relacionará esa gente, ahora? ¿Cómo se relacionará?” *** 1986 . Le llevo el primer ejemplar de mi primera novela, y me espera con una mochila. “Para que salgas a repartirla por Florida”, me dice, con nostalgia de los días en que ella misma repartía su primer libro secundada por su compinche Mario Trejo. Esa primera novela está dedicada a MEW, y para ella será, desde entonces, el primer ejemplar de cada libro nuevo, como si ella fuera –¡claro!– el lector para el que escribo, aquel para el que siempre escribiré. 




*** Otros regalos de 2010 . Un libro que María Elena leyó a los diecisiete años: Cartas de Arthur Rimbaud sobre literatura . ¡Todavía se leen las marcas, en tenuísimo lápiz, de aquella adolescente genial. “¡Estos poetas!”, escribe Rimbaud, y subraya María Elena a sus diecisiete años. “Cuando esté quebrada la infinita servidumbre de la mujer, cuando ella viva por ella y para ella, y el hombre –hasta aquí aborrecible–, sea digno de su altura, ¡ella será poeta también! ¡La mujer encontrará lo desconocido! Sus mundos de ideas diferirán de los nuestros. Ella encontrará cosas extrañas, insondables, repugnantes, deliciosas, nosotros las tomaremos, las comprenderemos.” Las nubes , de Luis Cernuda, y los Selected works de Coleridge, con la etiqueta de la librería Mitchells de Retiro, “donde podías ver a Borges, la ñata contra el vidrio y unos siete libros de Hanif Kureishi” –su pasión de estos últimos años, junto con Sándor Marai.

Cinco casetes de Blossom Dearie: la cantante de jazz que acaba de morir, que también “compartió camarines” con Leda y María, en París, y “hasta iba a ensayar a nuestro hotelucho, en el piano que nosotros alquilábamos, la muy fresca…” Dice que la reencontró en los 80, en New York, en el hotel en el que ella cantaba y Sara y MEW pararon por casualidad (fue allí donde Blossom le regaló estos casetes); y –con algo de celos, creo percibir– “estaba igual de desabrida, con su vocecita por allá arriba y sus ínfulas de amita de plantación sureña”. Pero MEW se ve triste, verdaderamente triste, casi ofendida por la noticia, cuando le digo que Blossom Dearie acaba de morir. 

"BRIZUELITA" Y MARIA ELENA en la presentación de las obras de teatro de ella. Buenos Aires, 2008.

“¿Cuántos años tenía?”, me dice. “Era del 26: lo leí en El País”. “Pobre Blossom”, dice, la mirada en el vacío, hundiéndose en amargos cómputos. “Pobrecita.”






Actualizada el 29/01/2024

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