sábado, 2 de noviembre de 2013

‘Es igualmente educativo leer un buen libro y ver un buen filme’.

Una entrevista al escritor italiano Umberto Eco




Estimados Amigos

Lo usual en muchos círculos culturales es que mientras se ensalzan las virtudes superiores de la lectura, se defenestre al Cine o a la TV como perversos medios de distracción que invariablemente nos condenarán al infierno audiovisual y nos alejarán por toda la eviternidad del cielo literario. Por esta razón nos pareció pertinente compartir con ustedes esta entrevista al semiólogo italiano Umberto Eco donde afirma sin pudor alguno: Es igualmente educativo leer un buen libro y ver un buen filme. Para un mortal cualquiera en el Olimpo de los literatos soltar una afirmación de este talante facilmente le hubiese ganado el ostracismo pero Umberto Eco tiene el poder del rayo en su lengua que lo hace capaz de incinerar los deseos malignos de esos aspirantes a Lares y Penates de la literatura.


Deseamos disfruten de la entrada.



Richard Montenegro

*******

‘El que no encuentra tiempo para leer, peor para él’: Umberto Eco




·


El autor de la célebre novela ‘El nombre de la rosa’ habla sobre lo divino y lo humano.

 

Desde la plaza del Duomo, por la Via Dante, peatonal de negocios y cafés del centro de Milán, se llega al Castello Sforzesco, una fortaleza que los Visconti construyeron en el siglo XIV y que hoy alberga varios museos y hasta un evento de moda. Con vista a la historia, un edificio antiguo de interior restaurado muestra una puerta eléctrica. ‘U.E.’, dice el timbre, y la voz que contesta guía: “Segundo piso a la izquierda”. La misma voz áspera recibe detrás de una sonrisa. Umberto Eco se anticipa e indaga en el idioma para dialogar. “¿Inglés o italiano? Mi español no es bueno”, se excusa. Tiene un suéter fino color ladrillo; debajo, una camisa blanca a rayas y unas tirantas que sostienen un jean azul; mocasines negros y unos anteojos grandes que han leído vorazmente durante décadas.

Eco, en la biblioteca de su casa, en Milán. Es ese el lugar en el que se siente más feliz. Allí conserva algunos libros incunables.
Se ha dejado la barba nuevamente (se la había quitado porque decía que en las fotos parecía Genghis Khan enojado). Sostiene en sus labios un cigarrillo apagado. Hace ocho años dejó de fumar, y es la única manera que encuentra de aplacar la nostalgia del vicio. Se queja un poco. Un achaque, el nervio ciático lo tiene a maltraer. Pero a los 80 años luce vital e hiperactivo. “Disculpen que los atienda aquí, pero tenemos la casa un poco ocupada con los preparativos para una fiesta. Con mi mujer cumplimos 50 años de casados”.

Su mujer es Renate Ramge, alemana, profesora de artes visuales, con quien se conoció cuando ella trabajaba en la editorial Bompiani, que aún hoy edita los libros de su marido. Este lugar es un paraíso para cualquier bibliófilo. La mitad de la casa funciona como su estudio. Todo tapizado de libros. Bibliotecas blancas, muy prolijas, con miles y miles de libros. Varias escaleras para llegar a los estantes más altos. Y el espacio de trabajo, con más y más bibliotecas. Y más escaleras. “Son aproximadamente 30.000 libros. Después, entre la casa del campo y mi oficina en Bolonia sumarán unos 50.000.” En Bolonia está la Universidad, en la que ya no enseña, pero donde aún preside la cátedra de semiótica.

Umberto eco y su esposa Renata Ramge. Foto de Leonardo Cendamo. 2002

Eco ha sido un académico toda su vida. Publicó su primer ensayo en 1956, sobre Santo Tomás de Aquino. Su primer trabajo fue en televisión, cuando esta comenzaba. Ya se había licenciado, como filósofo, en estética medieval en la Universidad de Turín. Después ingresó en el mundo editorial, siguió estudiando, siguió investigando. Empezó a dar clases y nunca paró. En la mitad de su vida se decidió a escribir una novela que pensó que iría a parar al archivo de la Universidad y terminó siendo un clásico que aún hoy sigue vendiéndose a raudales en todo el mundo: El nombre de la rosa, publicada en 1980.

“Estoy seguro de una cosa. Si la hubiera escrito diez años antes o diez años después, nadie se habría acordado. Por lo tanto, hay ciertos momentos en que cierto libro va a responder a ciertas cuestiones. ¿Cuáles son en este caso? No estoy en condiciones de decirlo. Y el misterio es doble en el sentido de que hay dos dimensiones. Una es que el libro se ha promocionado a través del boca a boca. Y la otra es que este fenómeno se ha dado en Italia, Australia, México, en la India, en todos los países. Este fenómeno no puedo explicarlo, sino que miro a través de los ojos de los traductores. Un crítico italiano amigo mío ha dicho que los libros de sus traductores están mejor escritos que los suyos”.


Umberto Eco en 1984

Eco trabaja compulsiva y metódicamente, aun a los 80 años. Para las novelas suele tomarse un tiempo. Ocho años para El péndulo de Foucault; seis años para las otras.

¿Obsesión? “Sí, porque quiero hacer el trabajo bien. Podría hacer una silla por día. Pero prefiero hacer sólo una por semana. Porque la parte más bella para mí es el período que paso escribiendo un libro. Y por qué debo apurarme cuando es el periodo más bello. Cuando busco la documentación, cuando veo una cosa y me detengo. Todo eso es la parte más bella. Cuando el libro está terminado ya no me importa nada. Pero los pobres desgraciados que hacen un libro al año no tienen este placer”.

¿Vuelve a leer sus libros?

Sí, pero eso es otra cosa. Cuando digo la bella experiencia de construir un libro, quiero decir que la experiencia bella para una madre es estar nueve meses encinta, no el parto. Si tuviera que parir todos los días, sería tremendo.



Usted escribió en ‘Confesiones de un joven novelista’ que para escribir una novela exitosa tiene que mantener cosas en secreto…

Lo que digo es que en el periodo en el que estoy escribiendo no le digo a nadie lo que estoy haciendo. Es un placer mío. Lo cultivo para mí.

¿Ni la familia sabe?

No, nadie. Es cierto que una vez dije que el secreto del éxito es no aparecer jamás en televisión.


Bing Crosby

Eco nació y creció en Alessandria, en el Piamonte, pero desde hace muchos años su base está en Milán. En esta casa. En este estudio. Hay dos escritorios en fila. En uno trabaja por la mañana; en el otro, por la tarde. Cada uno tiene un computador. Sobre los escritorios acumula libros, sobres, papeles, dos cajillas de cigarritos Café Crème, una tarjeta de embarque a nombre de Umberto Giuseppe Eco, un pocillo de café ya bebido, dos teléfonos, una lupa, una libreta, una lámpara de pie que cae sobre los papeles. Más allá, otro escritorio es ocupado por una asistente. Fuera de charla, prima el silencio, aunque, si hay parlantes, en algún momento hay música. “Fundamentalmente amo escuchar música clásica. También escucho esa música que los americanos llaman de nostalgia, de los años 20 a 30. Cuando trabajo pongo un canal clásico o el canal donde se escucha a Frank Sinatra, Bing Crosby, las canciones de mi infancia. De la canción moderna diré que después de los Beatles no seguí tanto la evolución del rock, etcétera. Y toco la flauta dulce, cosas de Bach, Telemann”, dice.



Ah, la tecnología… No utiliza Twitter. La cuenta con su nombre es falsa. Tiene un teléfono celular que usa sólo para llamar taxis. “Sin volverme un cretino que camina por la calle hablando solo. Estamos obsesionados por los medios de comunicación que, ciertamente, son uno de los males de nuestro tiempo. Son un mal como en un tiempo eran las epidemias. La peste. Así como mucha gente logró sobrevivir a la peste, también podrán sobrevivir muchos a los medios de comunicación”.

Con tantos estímulos, Internet, la TV, las redes sociales, ¿cuándo encontramos tiempo para leer?

Aquí también hay una selección natural. El que no encuentra tiempo para leer, peor para él. Esto vale también para el mecánico de autos. Uso Internet y no me impide leer. Me gusta muchísimo ver televisión. Pero no es que me la pase 24 horas viéndola. Hay infinitos estímulos. Lo veo con mis nietos. Son llevados a leer menos libros porque ven mucho cine. Es igualmente educativo leer un buen libro y ver un buen filme. Son modos de crecer y de hacerse una experiencia. Naturalmente, depende de la educación: un niño que es dejado delante de la televisión por la madre para poder salir, pobre. Existen los niños a los que los padres vuelven estúpidos. Pero una persona que tiene interés y curiosidad puede sobrevivir al exceso de comunicación. Piense en la gente que está siempre con el celular. Yo lo tengo siempre conmigo y vivo muy bien.



Las nuevas tecnologías están cambiando constantemente, pero el libro como objeto permanece.

Sí, no soy un pesimista. La semana pasada había perdido esto -una memoria USB- y podían desaparecer todas mis labores de los últimos 30 años. Estaba desesperado, pero después lo encontré. Es facilísimo perder esta memoria, pero es muy difícil perder una biblioteca. Puede bastar un gran apagón para destruir toda mi biblioteca electrónica. Pero yo colecciono libros antiguos. Aquí hay libros de 500 años, que parecen impresos ayer. Esa es la ventaja del libro, da una mayor garantía de supervivencia. Y después está el acto físico, la cuestión afectiva, el poder tocar el objeto, poder tomar apuntes. Si busco en el sótano mi Pinocho de cuando tenía 8 años, si busco todas las marcas que le hice, no hay ninguna relación sentimental con la versión digital. Quiero decir, la invención del automóvil no ha eliminado la bicicleta. La de la fotografía no ha eliminado la pintura. Lo máximo que ha eliminado es el retrato. No hay más pintores que hacen retratos. Picasso vino después de la invención de la fotografía. Las dos cosas pueden coexistir. Tendremos en el futuro una mayor cantidad de información a través de los medios electrónicos. Es posible que, para los apasionados, las bibliotecas personales se reduzcan. Tanto mejor. Cuesta menos.

Rodeado de historia. En el balcón de su casa, que mira hacia el Castello Sforzesco; detrás, Milán en todo su esplendor. Foto: LA NACION / Daniel Merle

Acompaña cada sentencia con una gesticulación. Y la remata con una sonrisa franca y maliciosa. Revuelve las preguntas que no lo convencen. Busca entre la ironía y sale con paso picaresco. ¿Cómo se define como novelista? Ahí viene el sarcasmo. “Cuando me preguntan cómo me llamo, contesto: ‘Yo no me llamo, son los demás los que me llaman. No soy yo el que me defino, son los demás’. Durante un tiempo acepté la definición de escritor posmoderno. No sé exactamente qué quiere decir posmoderno, pero hay ciertos aspectos del posmoderno, la metafiction, la ficción sobre la ficción. En mis novelas siempre hay dos o tres capas, incluyendo la voz del narrador que habla de aquello que está narrando. La ironía. No la ironía de primer nivel, sino la ironía intertextual. Citar otras obras. Todos estos aspectos vagos pueden hacerme entrar no en el neorrealismo de la posguerra, sino en el posmoderno. Tampoco soy novelista histórico. El péndulo de Foucault y La reina Loana se ven con nuestros ojos. Pero sí hay siempre elementos del tipo de la evocación de la memoria. Me resulta muy difícil ubicarme. Porque yo no me llamo, me llaman los demás.




¿Para quién hay que escribir? ¿Se debe escribir para uno mismo?

Los que dicen que escriben para sí mismos se equivocan. Se escribe para los demás. Se escribe como un acto de comunicación. Pero no se escribe para los lectores que existen, sino para los lectores que no existen aún, que se quieren formar, que se quieren construir. Pero hay lectores que leen diez páginas y se aburren. No nos casamos todos con la misma mujer. No estamos obligados a amar todos lo mismo. Se escribe para un lector ideal, y un libro es una máquina para construir un lector. Piense en cómo comienzan las fábulas: ‘Había una vez’. Ya es un modo de construir el lector. Dice ‘tú debes ser un niño o un adulto que finge ser un niño’. Son ya señales de qué tipo de lector se quiere. Hay muchos libros que leí en mi vida y dejé después de cinco páginas. Años después leí un capítulo. Y finalmente ha devenido aquello que aquel libro quería que deviniese. Eso ha sido muy importante para mí. Con el libro puede no estallar de entrada el amor. Coup de foudre. Puede ser un enamoramiento lento.

Mucha gente cree que los personajes son un reflejo del autor.

El lector piensa que los libros son siempre autobiográficos. En una novela yo cuento que uno se ha enamorado de una mona y el lector débil se imagina que yo en mi vida me he enamorado de una mona. En el caso de El cementerio de Praga (N. de la R. Fue cuestionada tanto por sectores vinculados al Vaticano como a la comunidad judía) diré que el personaje se presenta de modo tan negativo que es imposible para el lector. Una de las pruebas interesantes la tuve hoy y es que encontré en Internet que los ataques mayores me los hacen los fascistas. Dicen que esto es lo que sostiene la internacional hebraica, de los protocolos de los sabios de Sion, que esto fue escrito por un judío, etcétera.



Hoy se publican muchísimos libros. ¿Quedarán solo los que han sido escritos para la eternidad?

Ciertamente, cómo hace para elegir el pobre que entra a una librería y ve semejante cantidad de libros. Hay dos posibilidades. Una, si se busca un libro importante, se termina por encontrarlo. Segundo, no todos los libros son importantes para todos. Un libro es importante para usted, otro libro es importante para mí. No hace falta pensar en la literatura como una revelación divina y que todo el mundo esperaba sólo el Ulises de Joyce. El mundo podría vivir también sin el Ulises de Joyce. Uno puede haber leído otro libro que resultó igualmente formativo e importante para sí. Además, sucede, mirando mi historia personal, pero creo que corresponde a la historia de todos, que han resultado enormemente importantes para mí libros que no valen nada, pero que en aquel momento fueron formativos, me hicieron pensar, me han alimentado la fantasía. No son libros importantes para todos. Pero fueron importantes para mi experiencia. Y puede darse que en la inmensa cantidad de libros que hay en las librerías se produzca una especie de selección natural a lo Darwin, donde los que no vale la pena que vivan mueren.

¿Qué es más importante: enseñar a escribir o a leer?

No se enseña a escribir. Todos los que hacen escuelas para enseñar a escribir son comerciantes que lo único que quieren es dinero que les sacan a los jóvenes que pagan para hacerse escritores. Sí se enseña a leer. Los grandes escritores siempre han sido grandes lectores. Así como los grandes pintores miran los cuadros de los demás. Así se aprende. Sólo entrando en el taller se puede saber cómo se hace. Y hay algunos ensayos críticos, pienso en el de Proust sobre Flaubert, que sirven para ver cómo él lee, cómo analiza los modos de escribir de Flaubert. Leer, leer. Y no sólo leer para saber que es así. Leer para ver cómo está construido el texto. Se puede enseñar a escribir noticias, cómo una noticia se puede dar en tres líneas en vez de nueve.

Al otro lado de la casa, a donde se llega a través de una galería circular repleta de macetas, hay una sala donde predominan las sombras, con un piano, algunos cuadros y el balcón que permite mirar al gran castillo. Eco se encuentra con Renate, su mujer, piel intacta, cabello plateado recogido. Eco padece de fotofobia, o eso dice para mostrar su fastidio por el flash del fotógrafo. “Ustedes son como los dentistas, dicen ‘falta un minuto más’, pero te hacen sufrir”.




Usted ha dicho que la infancia es un periodo triste.

Siento que en la infancia uno se siente incompleto.

¿Pero usted tiene un mal recuerdo de la infancia?

No, tuve una infancia muy feliz.

¿No será que lo triste de la infancia es su recuerdo?

No, en la infancia hay grandes tristezas. Puede haber tristezas infinitas. No se es ni carne ni pescado. Yo tengo bellísimos recuerdos de mi infancia. Uno de ellos es el tiempo de la guerra.

¿Cómo se vive en la guerra?

¡Muy bien! Uno anda de un lado para el otro para salvar la vida, comiendo poco. Una bellísima experiencia… (risas). No, pero fuera de eso, todos los recuerdos de la infancia son dulces. He dicho que en la infancia hay grandes tristezas, pero cuando se recuerda la infancia es dulcísimo. De lo que hablaba es de las noches pasadas en los refugios mientras caían las bombas. Con los otros niños nos encontrábamos. Era lo normal que cayeran las bombas.


Tne Beatles. Peter Marx

¿Qué piensa de la nostalgia? ¿Usted es nostálgico?

Sí. Paradójicamente, la vida sólo sirve para recordar el pasado y para producir el pasado.

¿Y cómo se lleva con el optimismo?

Yo no sé muy bien qué es el optimismo y el pesimismo, pero acepto la definición de Emmanuel Mounier, un filósofo francés que hablaba de un optimisme tragique. Él era un optimista trágico. Que traducido quiere decir que la vida es una mierda, pero… (risas).

Usted dijo que quien es feliz todo el tiempo es un cretino.

Pues sí.

Pero existen pequeños momentos.

Momentos de felicidad y la posibilidad de mejorar las cosas. Estoy de acuerdo con que el mundo fue construido por un demiurgo cretino, Dios ha hecho un pasticcio inmenso, pero, en medio de todo esto hay cosas bellas, el nacimiento de un hijo, la escritura de un libro, el fin de una entrevista…



Evolución de la lengua con la tecnología

¿El celular y el computador han cambiado la forma de comunicarnos?

“Dante, que escribió un pequeño tratado sobre las lenguas -agrega Umberto Eco-, dijo: ‘Vean que el dialecto que hablan hoy en Pavia es distinto del que hablaban hace 50 años’. Ya se tenía esta clara sensación de que las lenguas cambian. Y sobre el cambio de las lenguas influyen infinitos elementos económicos, políticos, etcétera (…). No creo en esta intervención inmediata del medio tecnológico sobre la lengua. Por ejemplo, la televisión en Italia ha tenido una influencia sumamente positiva sobre el cambio de la lengua, porque después de la guerra dos tercios de los italianos hablaban solo dialectos.

La televisión ha enseñado a todos un italiano medio. No es el italiano de Boccaccio, pero es un italiano bueno, como al que estamos acostumbrados. Ahí hay una influencia de la tecnología sobre la lengua. Pero lo ha hecho en 20 o 30 años; lentamente.”

Libros imperdibles



El nombre de la rosa.Transcurre en una abadía benedictina, en el siglo XIV. Narra la fascinante investigación de una serie de asesinatos.

El péndulo de Foucault. Tres editores amigos encuentran un manuscrito e investigan su conexión con una teoría de conspiración mundial de los templarios.

Obra abierta. La pieza cumbre de semiótica de Eco. Su tema es la relación del arte y los artistas con el azar, lo indeterminado y lo probable.

DIEGO MAZZEI

La Nación (Argentina)

Fuente:  El Tiempo

*******









Richard MontenegroPerteneció a la redacción de las revistas Nostromo y Ojos de perro azul; también fue parte de la plantilla de la revista universitaria de cultura Zona Tórrida de la Universidad de Carabobo. Es colaborador del blog del Grupo Li Po: http://grupolipo.blogspot.com/. Es autor del libro 13 fábulas y otros relatos, publicado por la editorial El Perro y la Rana en 2007 y 2008; es coautor de Antología terrorista del Grupo Li Po publicada por la misma editorial en 2008 , en 2014 del ebook Mundos: Dos años de Ficción Científica y en 2015 del ebook Tres años caminando juntos ambos libros editados por el Portal Ficción Científica. Sus crónicas y relatos han aparecido en publicaciones periódicas venezolanas tales como: el semanario Tiempo Universitario de la Universidad de Carabobo, la revista Letra Inversa del diario Notitarde, El Venezolano, Diario de Guayana y en el diario Ultimas Noticias Gran Valencia; en las revistas electrónicas hispanas Alfa Eridiani, Valinor y Gibralfaro, Revista de Creación Literaria y de Humanidades de la Universidad de Málaga y en portales o páginas web como la española Ficción Científica, la venezolana-argentina Escribarte y la colombiana Cosmocápsula.



No hay comentarios:

Publicar un comentario